La llamada que el Señor nos hace a ser
evangelizadores, apóstoles del siglo XXI, anunciadores
de Cristo, debe ser una consecuencia natural y espontánea al gran gozo de
sentirnos portadores de la LUZ, testigos
de la NUEVA VIDA de saber que todo un Dios hecho Hombre nos ama hasta las
últimas consecuencias. ¿Qué nos impide transmitir a los que nos rodean lo que
vivimos? ¿Nos avergonzamos de sentirnos amados por el Señor? ¿Tal vez no somos
capaces de vivir lo que creemos? Quizá le echamos la culpa a la sociedad, a la
falta de valores, al “pasotismo” de la juventud, a los problemas económicos o
materiales… Buscamos responsables fuera de nosotros y así, en muchas ocasiones,
nos quedamos tranquilos y lamentándonos porque los demás no creen o no quieren
creer…
La
transmisión de nuestra fe, de nuestra vivencia en el Señor, dentro de
la Iglesia y junto a los hermanos, es tarea urgente de todos aquellos que un
día nos encontramos con Cristo en el camino y nos hizo cambiar de vida… Pero,
¿realmente el Señor hace que nuestra vida sea diferente? De cada uno de
nosotros depende dar respuesta a esa pregunta, sin miedo y con sinceridad, pero
sabiendo que la misericordia del Padre es infinita… ¡No podemos tener miedo a
anunciar al mundo que Cristo ama y ama sin límites ni fisuras! Pero tampoco nos
podemos quedar en las palabras sin hechos y acciones concretas y encarnadas en
la realidad de nuestros días… No olvidemos que el mundo creerá cuando se admire
diciendo: “Mirad como se aman”.
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