MENSAJE SEMANAL DEL ARZOBISPO DE BURGOS
(03/02/2013)
La nuestra es una sociedad caracterizada,
entre otras cosas, por el afán de productividad y que identifica “calidad de
vida” con la “huida sistemática” del más mínimo sufrimiento. En esta
perspectiva, el enfermo, que no es productivo y lleva sobre sus hombros el
dolor físico y moral es, con frecuencia, orillado y muchas veces olvidado
cuando no despreciado.
La
antropología cristiana contempla al enfermo desde otra perspectiva. Ciertamente
no permanece apática ante el sufrimiento humano. Pero es consciente de que la
persona humana, mientras recorre su andadura terrena, va acompañada del dolor
como la sombra acompaña al cuerpo. Podía haber sido de otra forma, pues, en los
planes originarios de Dios no entraban el dolor, la enfermedad y la muerte. Todo
esto es consecuencia del rechazo del hombre al plan de Dios. El hombre no quiso
aceptar su condición de criatura y prefirió jugar a ser Dios. El resultado fue
que no pudo ser Dios y dejó de ser la criatura perfecta que Dios había hecho.
Eso explica que el hombre, a pesar de sus inmensos logros y formidables
conquistas, sigue sufriendo de mil modos.
Más
aún, estamos en un momento de la historia en el que, junto a los avances de la
medicina, no sólo se resisten a ser vencidas determinadas enfermedades, sino
que surgen otras nuevas, quizás más terribles que las anteriores. Y, sobre
todo, se están abriendo nuevos y amplísimos espacios de sufrimiento moral, como
consecuencia de tantos matrimonios rotos, de tantas familias en conflicto, de
tanta violencia doméstica, de tanta soledad e ingratitud.
Sin
embargo, el horizonte que se abre ante los que creemos en Jesucristo no es
desesperado ni desolador. El realismo cristiano nos lleva a mirar a Jesucristo
convertido en “varón de dolores” y transformando ese dolor en instrumento de
redención. Jesucristo, en efecto, no quiso salvarnos con milagros o triunfos,
sino con la humillación y la aceptación amorosa del dolor y de la misma muerte.
Él se acercó compasivo a los más variados enfermos: leprosos, ciegos, sordos, tullidos,
moribundos y, en no pocos casos, les curó de sus dolencias. Con todo, Él no
eliminó la enfermedad y la muerte. Los cambió de signo.
Gracias
a ello, la historia está llena de personas que se han asociado a esta
perspectiva y han convertido el dolor en instrumento de salvación personal y de
los demás. Ahí está la Madre Teresa de Calcuta recogiendo por las calles de
Calcuta moribundos y llevándoles a casa para acompañarles en sus últimas horas;
santa Teresita del Niño Jesús que supo vivir en profunda unión con la Pasión de
Cristo; el venerable Luigi Novarese, que no dudó en implicarse tanto con los
leprosos, que él mismo murió de lepra; y tantos médicos y enfermeras de hoy que
saben descubrir en el enfermo el rostro de Cristo y tratarle con exquisito cuidado
y eficacia.
El
próximo 11 de febrero es la Jornada Mundial del Enfermo, que este año lleva el
significativo lema “Anda y haz tú lo mismo”. Porque, efectivamente, todos
conocemos enfermos que necesitan nuestra ayuda material y/o espiritual, y para
quienes podemos ser un buen samaritano. El Papa ha dispuesto -en un gesto que
nunca había tenido lugar hasta ahora- que “los fieles que, en los hospitales
públicos o en cualquier casa privada, atienden con caridad, como el Buen
Samaritano, a los enfermos”, durante los días 7-11 de febrero puedan ganar
indulgencia plenaria si “prestan con generosidad, al menos por alguna hora, su
asistencia como si lo hicieran con el mismo Cristo Señor y rezan el Padre
Nuestro, el Credo y una invocación a la Bienaventurada Virgen María, con
despego del pecado y con el propósito de cumplir, lo antes posible los
requisitos necesarios para conseguir la indulgencia plenaria”. ¡Dios bendiga a
los enfermos y suscite una legión de buenos samaritanos!
† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos
Arzobispo de Burgos
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