lunes, 6 de febrero de 2012

EL JUICIO FINAL...


Y al final me morí. Aquella noche no pude tomar, con mi flamante Ferrari último modelo, esa curva a 180 km/h… Si hubiese hecho caso a la señal que me indicaba curva peligrosa, quizá no estaría aquí, en la antesala de la gloria, esperando a que Dios me recibiese en su cielo. Pero eso ya no importa… La verdad es que, con mi estupendo “expediente religioso”, tendré reservado un sitio fenomenal para disfrutar de la eternidad.

La cosa es que allí estaba yo, sentado en una salita a la espera de ser recibido por Dios. Junto a mi se encontraban dos hombres que también habían muerto aquella misma noche. Viendo a mis dos compañeros de destino (que por sus “pintas” y forma de hablar parecían haber salido de la cárcel), yo lo tendría muy fácil para tener un sitio preferente cerca de Dios… Y no lo digo por sentirme mejor que nadie, pero simplemente soy objetivo: A mi me bautizó el Señor Arzobispo, mi Primera Comunión fue un gran acontecimiento en la ciudad y mi Confirmación fue nombrada hasta en las revistas de la capital… Cundo me casé había catorce curas y, además, ningún domingo ni fiesta de guardar he faltada a misa.

Y no solamente eso, he pertenecido a varias cofradías, participando en infinidad de procesiones, he respetado siempre el ayudo en Semana Santa, sin probar carne durante toda la Cuaresma, comiendo solo marisco, y por supuesto entregando limosna, cuando mis negocios me lo permitían, para los más pobres. Y es que a mí siempre me ha preocupado la gente pobre, los drogadictos, los niños desamparados y los negritos del África… Como yo siempre he sido rico nunca he tenido reparo en entregar, en las fiestas que preparaba en mi palacete con motivo del Día de la Caridad, varios cheques de sumas importantes de dinero… ¡Cuántas veces ha aparecido mi foto en el Diario realizando buenas obras! Estoy seguro, qué digo, segurísimo, que Dios ha tenido en cuenta todas estas acciones y ya habrá preparado un magnífico y digno sitio para este servidor.

Cuando apareció Dios en la salita, junto a un señor que llevaba un llavero grandísimo (San Pedro, claramente), yo me levanté rápidamente y, tras una genuflexión y una larga reverencia, le besé la mano a los dos. Mis dos compañeros de destino, algo asustados, ni siquiera se acercaron a Él. Seguramente que nunca han ido a misa y no saben cómo comportarse ante el Altísimo. Me parece que estos dos “elementos” no van a entrar en el cielo, y lo verdad es que lo prefiero, porque huelen un poco mal y además parece que no son de fiar… ¡Con esas pintas! ¡Algo habrán hecho en vida y ahora tendrán su merecido castigo!

Entonces Dios se acercó a ellos y, sin ni siquiera mirarme, les dijo a mis dos acompañantes: “Acercaos vosotros, hijos míos, tengo un sitio preferencial para vosotros dos. Ahora podréis descansar tranquilamente y disfrutar de todo lo que habéis carecido durante vuestras vidas.”

En ese momento, no entendía la postura de Dios… Creía que se estaba equivocando con esos dos “rateros” y le pregunté: “¿Y yo, Señor? Si has preparado para ellos un sitio preferencial, mi lugar será mucho mejor… Seguramente sabrás que toda mi vida la he dedicado enteramente a darte culto y a hacer buenas obras por Ti… ¿No te das cuenta, Señor, que estos dos son unos delincuentes que seguro no te conocen? ¿Cuántas veces te han rezado y han ido a misa? ¿Qué limosnas te han dado? ¿Cuándo han ayunado por Ti? ¿Qué buenas obras han hecho éstos?

Ante mis preguntas, Dios se acercó lentamente, me miró con gran ternura (seguramente se había dado cuenta de su error) y me dijo: “Tienes razón, hijo mío, en casi todo lo que dices… Pero te falta comprender algunos “pequeños” detalles. Claro que estos dos son unos ladrones y han estado en la cárcel (soy Dios y lo sé todo), pero te voy a contar algo de sus vidas que seguramente desconozcas… Desde que tenían ocho años no han sabido hacer otra cosa que robar. Sus padres murieron en un accidente laboral en una empresa sin apenas medidas de seguridad… Cobraban un sueldo de miseria y además trabajaban sin seguro. Creo que algo te suena, porque aunque nos les conocías trabajaban en una empresa de tu propiedad.   Pero aún hay más, al quedarse huérfanos, nadie se preocupó por ellos y tampoco pudieron ir a la escuela porque ésta había sido derribada para construir unas viviendas de lujo… Me parece que tú sabes algo de esto, porque la empresa constructora, de la que tú eras dueño, fue la encargada de la obras. Sin poder ir a la escuela, intentaron trabajar, pero como no tenían formación nadie en la ciudad les contrataba… Entonces cayeron en el mundo de la droga y se dedicaron a malvivir como pudieron… ¿Sabes como murieron? Te lo voy a contar. Tras haber robado un coche y despistar a la policía se encontraron con un accidente de tráfico… Un coche se había salido en una curva estampándose contra un árbol… Podían haber pasado de largo pero, arriesgándose, se detuvieron a atender al conductor de aquel vehículo que se debatía entre la vida y la muerte. Cuando bajaron del coche para poder socorrer al accidentado, una furgoneta pasó a gran velocidad y les atropelló. Y allí quedaron los dos tendidos sobre el frío asfalto. Por eso están ahora aquí, para recibir las llaves del cielo… Han entregado sus vidas por intentar salvar la vida de otra persona. Ya ves, este es el único juicio al que se enfrentan. Ah, otra cosa, ¿sabes que pasó con el herido del coche accidentado? Aquel hombre, desgraciadamente, murió. Creo  que le conocías… Aquel hombre eras tú…”

En aquel momento lloré, Dios se acercó y me abrazó…

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