miércoles, 14 de diciembre de 2011

SOLAMENTE SOY UN BEBÉ

Acabo de cumplir un año y he decidido, en este gran momento de mi vida, escribir mis memorias. (Que nadie se asuste, pero todos los niños nacemos sabiendo leer y escribir y lo que pasa a nuestro alrededor. Pero, como los mayores nos miman tanto, preferimos callarnos).
Pero hoy, en este día tan especial, ya es hora de plasmar mis recuerdos en una hoja en blanco. Le he quitado a mi hermano Javi un folio y un bolígrafo y me dispongo a empezar.


Me llamo Jesús Manuel Froilán Sebastián de Aguirre Conde y… No me acuerdo más, tengo muchos apellidos pero al final todos me llaman Chuchi. Bueno, yo nací hace un año en la maternidad más importante de la ciudad, que además de ser privada te atienden muy bien. (Antes de seguir con mis memorias, me gustaría decir que yo he nacido en una familia rica y nunca me ha faltado de nada. Siempre he tenido comida y he ido vestido con ropitas buenas y caras).

Al salir de la clínica, donde me cuidaron estupendamente (acorde con la factura que pagaron mis papás), ya nos estaba esperando el chofer al lado de un lujoso coche. Me montaron en el automóvil y me llevaron al que sería mi futuro hogar, una gran mansión de cinco plantas, doce habitaciones, catorce cuartos de baño y tres cocinas. Un jardín enorme con una fuente de chorritos y un garaje para diez coches.

Pero por el camino vi cosas que no me gustaron nada y que ya me enfrentaron con la realidad más dura del mundo. En un semáforo había una mujer vestida con ropas sucias y viejas, pidiendo dinero para poder comer. En sus brazos llevaba un bebé de mi misma edad, que dormía plácidamente, tal vez ajeno a las ocupaciones de su madre. Daba pena verles a los dos. En ese momento yo pensé que, siendo mis papás tan ricos, ayudarían a la mujer y a su hijo, pero no fue así. Pasamos de largo y llegamos a la mansión.

En aquella casa todos me cuidaban mucho y me regalaban tantos juguetes que a mi no me daba tiempo a jugar con todos ellos. No me faltaba absolutamente nada. Me daban para comer los mejores potitos del mercado, utilizaban los pañales de moda, mi cuna era la más cara y mi habitación estaba adornada con las últimas tendencias en decoración infantil. Cuando salía con mis papás de paseo, cosa no muy frecuente por sus ocupaciones, yo iba en un carrito que era la envidia por su diseño moderno y sus grandes prestaciones. Íbamos al centro comercial y mi papá siempre le compraba a mi mamá alguna pulsera, anillo o gargantilla de oro, que ella nunca se ponía… A mi también me compraban mucha ropa, aunque ya tuviese dos armarios repletos, y más juguetes para mi pequeño ocio infantil.

Algunas veces, mientras paseábamos, veía a muchas personas que, como la mujer del semáforo, pedían ayuda para poder vivir. Yo tenía ganas de darles todo lo que me habían comprado mis papás, pues a mí no me hacían falta, pero como era un bebé no podía hacerlo. ¿Por qué mis papás, en vez de hacerme tantos regalos, no gastaban su dinero en ayudas a aquellas personas? ¿No tendrían los mismos sentimientos que yo?

Casi todas las noches, mientras mis papás dormían, me levantaba para leer los periódicos y enterarme de todas las cosas que ocurrían en el mundo. En muchas ocasiones los periódicos traían fotografías de niños desnutridos y mi me daba pena contemplar a aquellos niños que malvivían con muy pocas cosas. Al principio no quería ver esas fotos, pero salían tantas veces que era inevitable mirar.

¿Por qué vivo tan bien y a estos niños les falta lo más mínimo? ¿Nadie se preocupa de cuidarlos? ¿Quién se encarga en el mundo de repartir las riquezas? ¿Qué piensan los mayores de todas estas cosas? ¿No se estremecen al contemplar tan duras imágenes? ¿Cuándo sea adulto seré tan insensible como ellos? Con lo fácil que seria compartir mis potitos, mis pañales, mi cuna, mi carrito, mi ropa y mis juguetes con el hijo de aquella mujer del semáforo… Pero solamente soy un bebé… Cuando tenga dos años y sea mayor, se lo plantearé a mis papás. Ya es hora de que se den cuenta de las necesidades del mundo…

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